El «Beatus ille» d’Horaci

Quintus Horatius Flaccus (65-8 a.C.)

Vet aquí el «Beatus ille» del poeta llatí Horaci, en el qual s’inspiraren molts místics cristians, especialment Fray Luis de León. Vos recoman que ho llegigueu fins al final. Precisament és en el final on Horaci ens dóna una bona dosi de realisme, demostrant ser un gran coneixedor de la psicologia de l’home… i de la seva vanitat! Llegiguem, doncs, el passatge horacià que hem pres de la bona edició de l’editorial Gredos:

«Feliz aquel que de negocios alejado, cual los mortales de los viejos tiempos, trabaja los paternos campos con sus bueyes, de toda usura libre. A él no lo despierta, como al soldado, la trompeta fiera ni teme al mar airado; y evita el Foro y las puertas altivas de los ciudadanos poderosos.
»Y así, o bien casa los altos chopos con los crecidos sarmientos de las vides, o bien, en un valle recoleto, contempla las errantes manadas de mugientes reses; y cortando con la podadera las ramas que no sirven, otras más fértiles injerta; o exprime mieles que guarda en limpias ánforas, o esquila a las débiles ovejas. Y cuando el otoño asoma por los campos su cabeza, de dulces frutas ataviada, ¡cómo goza recogiendo las peras que ha injertado y uvas que rivalizan con la púrpura, para ofrecértelas a ti, Priapo, y a ti, padre Silvano, que guardas los linderos!
»Ora le place tenderse bajo una añosa encina, ora sobre el césped bien tupido. Entretanto, las aguas corren por riberas hondas, se quejan las aves en los bosques, y suenan las fuentes al manar sus linfas, invitando a entregarse a dulces sueños. Mas cuando la invernal estación de Júpiter tonante apresta las lluvias y las nieves, o bien a los fieros jabalíes acosa de aquí y de allá, con muchos perros, hacia las redes que les cortan la escapada, o con la percha pulida tiende ralas mallas para engañar a los voraces tordos; y caza con el lazo la tímida liebre y la emigrante grulla, trofeos placenteros. ¿Quién no se olvida, en medio de todo esto, de las malas cuitas que provoca Roma?
»Y si una mujer honesta arrima el hombro en la casa y con los dulces hijos —una como son las sabinas o la esposa del ápulo ligero, quemada por los soles—; si ella amontona viejos leños en el hogar sagrado a la llegada del cansado esposo, y encerrando el lozano rebaño entre trenzados zarzos, vacía las hinchadas ubres; y tras verter del dulce jarro vinos nuevos, prepara una comida no comprada, entonces no han de placerme más las ostras del Lucrino, ni el rodaballo o los escaros, si es que alguno hacia este mar desvía el temporal que truena en las olas del Oriente. Ni el ave africana ni el jonio francolín bajarán más gratos a mi panza que la oliva elegida de las ramas más pingües de los árboles, o la hierba de la acedera, amante de los prados, o las malvas saludables para el cuerpo enfermo, o la cordera sacrificada en las fiestas Terminales, o el cabrito arrebatado al lobo.
»Entre estos festines, ¡cómo agrada ver a las ovejas corriendo a casa ya pacidas, ver a los cansados bueyes arrastrando el arado vuelto sobre el cuello lánguido; y a los siervos nacidos en la casa, enjambre de una finca acaudalada, sentados en torno a los lares relucientes!»
Una vez que dijo todo esto, el usurero Alfio que estaba a punto, a punto de hacerse campesino, reembolsó todos sus cuartos el día de los idus…, y ya busca dónde colocarlos en las calendas.

(HORACIO, Epodo 2. En HORACIO, Odas, canto secular, epodos, Madrid: Gredos, 1982, pp. 522-525).

 

4 comentaris

  1. Joan

    Mai ha deixat de ser actual aquest pensament d’Horaci, se pot cambiar es sistema de vida, pero es sentit des pensament d’Horaci es perenne.

  2. José

    Vaya la mencionada versión del agustino:

    Dichoso el que de pleitos alejado,
    cual los del tiempo antigo,
    labra sus heredades no obligado
    al logrero enemigo.
    Ni l’arma en los reales le despierta,
    ni tiembla en la mar brava;
    huye la plaza y la soberbia puerta
    de la ambición esclava.
    Su gusto es o poner la vid crecida
    al álamo ayuntada,
    contemplar cuál pace, desparcida,
    el valle su vacada.
    Ya poda el ramo inútil, ya enjiere
    en su vez el extraño;
    castra sus colmenas o, si quiere,
    tresquila su rebaño.
    Pues cuando el padre Otoño muestra fuera
    su cabeza galana,
    ¡con cuánto gozo coge la alta pera,
    las uvas como grana!
    Y a ti, sacro Silvano, las presenta,
    que guardas el ejido;
    debajo un roble antiguo ya se asienta,
    ya en el prado florido.
    El agua en las acequias corre, y cantan
    los pájaros sin dueño;
    las fuentes, al murmullo que levantan,
    despiertan dulce sueño.
    Y ya que el año cubre campo y cerros
    con nieve y con heladas,
    lanza el jabalí con muchos perros
    en las redes paradas;
    los golosos tordos, o con liga
    con red engañosa,
    la extranjera grulla en lazo obliga,
    que es presa deleitosa.
    Con esto, ¿quién el pecho no desprende
    cuanto en amor se pasa?
    ¿Pues qué, si la mujer honesta atiende
    los hijos y la casa?
    Cual hace la sabina o calabresa,
    de andar al sol tostada,
    y ya que viene el amo enciende apriesa
    la leña no mojada.
    Y hataja entre los zarzos los ganados,
    y los ordeña luego;
    y pone mil manjares no comprados,
    y el vino como fuego.
    Ni me serán los rombos más sabrosos,
    ni las ostras, ni el mero,
    si algunos con levantes furïosos
    nos da el invierno fiero.
    Ni el pavo caerá por mi garganta,
    ni el francolín greciano,
    m ás dulce que la oliva que quebranta
    la labradora mano.
    La malva o la romaza enamorada
    del vicïoso prado;
    la oveja en el disanto degollada,
    el cordero quitado
    al lobo; y mientras como, ver corriendo
    cuál las ovejas vienen;
    ver del arar los bueyes, que volviendo
    apenas se sostienen;
    ver de esclavillos el hogar cercado,
    enjambre de riqueza.
    Ansí, dispuesto un cambio, y el arado
    loaba la pobreza.
    Ayer puso a sus ditas todas cobro;
    mas hoy ya torna al logro.

    Haya esta paz en nuestras almas y quehaceres.