Desde la Biblioteca Diocesana nos complace presentar al público una de sus joyas más preciosas y escondidas del siglo XV: el códice manuscrito del libro de las horas de algún distinguido miembro de una de las órdenes que más bien hicieron en estas tierras, la ya extinta de los hospitalarios de san Antonio. Del mal al que se enfrentaron y la gratitud de que fueron objeto desde su llegada con Jaime I dan cuenta las fiestas que celebran a su santo protector muchos pueblos de la isla, hoy tan olvidadas del calor de la gratitud original. Como su título indica, aquella orden estaba dedicada al cuidado de los enfermos de ergotismo, el llamado fuego de san Antonio. En Palma tenían su convento y su hospital en la calle san Miquel, donde todavía se conserva la pequeña Iglesia levantada sobre la original en el siglo XVIII.

De la fe que nutría sus trabajos da cuenta esta pequeña joya para la oración. Pequeña porque son 196 folios de apenas 11×16 cm (la caja del texto es aún más pequeña, justo la mitad) escritos todos en latín en letra gótica tardía de estilo francés por dos amanuenses distintos. Joya, porque está escrito en vitela (la piel más preciada para este tipo de trabajos) y con multitud de capitales dibujadas en distintos colores y hasta doradas (por desgracia, ha perdido —y desde hace siglos, a juzgar por la huella del tiempo- la portada de todas las secciones, donde seguramente habría imágenes miniadas). De oración, porque contiene un libro de las horas que sigue por lo general el uso romano.

“Por lo general”, digo, porque no deja de tener su particularidad. La incorporación, en 1502, de la iglesia y la cofradía de cuidados hospitalarios del otro san Antonio de la ciudad, el de Padua (que estaba situado en la actual plaza de la puerta de san Antonio), bajo el gobierno del Comendador de los antonianos, nos ha permitido datar de manera aproximada ―a falta de portada y colofón― el final de la redacción del texto. Por consiguiente, estimamos que la edición de dicho códice manuscrito ―considerando sus distintas etapas de elaboración― debe comprenderse entre los años 1461 (fecha de inicio) y 1502 (final de la redacción). Y es que este libro de las horas es el único que hemos encontrado, en los amplísimos catálogos internacionales al que este debería añadirse, que recoja simultáneamente las oraciones a san Antón (san Antonio de Viena de Francia, lugar de la fundación de la orden) y san Antonio de Padua (ff. 130v y 131), algo que tiene sentido en Palma de Mallorca, precisamente, y a partir de esa fecha. Lo curioso del caso es que no se recoge en el calendario del libro la fiesta de san Antón, por lo que, dado que el calendario y la mayor parte del texto son de una mano y esas oraciones a los santos homónimos y otras partes del códice son de otra, hemos de suponer que el usuario final del mismo se hizo con un ébauche, un modelo estandarizado de libro de las horas (de un scriptorium de fama internacional, probablemente francés), con algunas secciones en blanco a completar con devociones propias o según la costumbre del lugar (las hojas en blanco se conservan todas con su falsilla de 17 líneas), cuya copia se podía encargar ya a algún amanuense local, que habría sido aquel que completa el texto.

Por la riqueza del texto estándar no sería de extrañar que, en nuestro caso, lo hubiera encargado el propio Comendador que obtuvo aquella unificación por bula de Alejandro VI, el presbítero Pedro Puig. Algo de lo que sólo nos podría sacar de dudas el inventario de los bienes de la orden antes de su venta, que se conserva en el Archivo Diocesano de Mallorca (IV,32,8), siendo sus primeros adquirentes Nicolás y Ramón Cererols Santandreu.

Finalmente cabe recordar al padre Melchor Massot (+1953), añorado organista de santa Eulalia, como donante de este ejemplar a la biblioteca del Seminario, donde se ha conservado hasta hoy en un magnífico estado con la signatura SS-2, nuevamente catalogada. Y que este estado es de agradecer en buena medida a la estupenda encuadernación decimonónica en cuero gofrado a dos colores, corte y fileteado dorado que le puso en su día el padre Antonio Cladera y Mayol (+1897), beneficiado de la Catedral. 

Dr. José Manuel Díaz, consultor académico